Las cifras ya no dejan espacio para el debate. Las MiPymes no son un sector más dentro de la economía mexicana, son el corazón del sistema productivo. Representan casi la totalidad del tejido empresarial y dan empleo a más de dos terceras partes de la población ocupada. Pero aquí no acaba todo. Lo realmente importante es lo que se esconde detrás de los números: una realidad llena de retos, desequilibrios y decisiones pendientes que no se pueden seguir aplazando.

El empleo se sostiene sobre las MiPymes
Lo que ocurre en este segmento impacta directamente en millones de familias. Más del 99 % de las empresas mexicanas son micro, pequeñas o medianas, y entre todas generan más del 70 % del empleo formal. Así, cada vez que una MiPyme crece o cae, el impacto se siente en toda la comunidad que la rodea. Las microempresas, por ejemplo, representan más del 95 % de todas las unidades económicas del país, pero apenas generan en torno al 17 % de los ingresos. Eso explica por qué muchas veces se trabaja mucho y se gana poco. Se emplea a mucha gente, pero los márgenes siguen siendo tan estrechos que no permiten ni invertir ni mejorar condiciones.
Aquí es donde aparece el gran desequilibrio. Porque mientras las grandes empresas, que no llegan ni al 0,2 % del total, concentran la mayoría del ingreso, millones de MiPymes intentan sobrevivir con lo justo. Y esto no es solo una cuestión económica. Es social, territorial, humana. Si esas empresas no funcionan bien, el empleo se vuelve precario. Si no tienen acceso a crédito o tecnología, no pueden competir. Y si no se les apoya, cada crisis las barre sin remedio.
El gran freno: poca digitalización y falta de estructura
Uno de los principales problemas de fondo es que la mayoría de las MiPymes siguen operando como hace veinte años. Apenas un tercio usa herramientas digitales. Muchas no tienen sistemas contables modernos, ni canales de venta en línea, ni estrategias mínimas para captar nuevos clientes. Tampoco existe una cultura extendida de profesionalización. Se sigue trabajando desde la urgencia, apagando fuegos, sin visión a medio plazo. Y sin estructura, cualquier crecimiento se vuelve insostenible.
Por otro lado, acceder a financiamiento sigue siendo una tarea complicada. La mayoría de estas empresas no tiene historial financiero, garantías ni asesoramiento para preparar un plan sólido. Así, lo poco que se consigue suele ser caro, insuficiente y con plazos poco realistas. Sin recursos, no se puede renovar maquinaria, mejorar procesos o invertir en capacitación. Es un círculo vicioso que impide a muchas MiPymes salir del estancamiento.
También hay que tener en cuenta que una de cada cuatro empresas no supera los tres primeros años de vida. Esto habla de dinamismo, sí, pero también de fragilidad. Muchas nacen sin una propuesta clara, sin conocer el mercado o sin tener en cuenta los márgenes. Y si a eso le sumas informalidad, falta de redes de apoyo o conflictos familiares, el resultado es que muchas terminan cerrando antes de tener una oportunidad real.
Qué necesitan las MiPymes para dejar de sobrevivir y empezar a escalar
Aquí es donde hay que ser directos. Lo primero es asumir que la digitalización ya no es una opción. No se trata de crear una app o estar en redes por estar. Es cuestión de usar herramientas que mejoren procesos, reduzcan errores y aumenten el alcance del negocio. Un sistema de ventas más ágil. Una plataforma que facilite el cobro. Un canal para responder a los clientes sin perder tiempo. Cada paso suma eficiencia, y la eficiencia es la clave para crecer con rentabilidad.
El segundo paso es buscar apoyos, pero bien usados. Hay programas públicos, fondos, asesoría gratuita y créditos con condiciones decentes. Pero para acceder a eso, necesitas tener un mínimo de estructura. Saber cuánto ganas, cuánto gastas y en qué momento te conviene pedir ayuda. Muchas veces el problema no es la falta de recursos, sino no saber cómo y cuándo aprovecharlos.
Y el tercer paso es repensar la forma en que se gestiona el negocio. Esto no quiere decir hacer las cosas como una multinacional, sino tener claridad. Poner orden en las cuentas. Establecer roles. Medir lo que se hace bien y lo que no. Dejar de improvisar y empezar a tomar decisiones con datos reales. Esa profesionalización, aunque parezca lejana, está al alcance si se hace paso a paso. Y puede marcar la diferencia entre mantenerse o desaparecer.
La realidad es que si las MiPymes no evolucionan, se quedan fuera. Porque el contexto económico exige velocidad. Los consumidores comparan precios y experiencias en segundos. Las grandes empresas se vuelven más rápidas y eficientes. Y cada vez hay más competencia, tanto dentro como fuera del país. Esperar a que todo se estabilice no es estrategia. Actuar, sí lo es.
Hoy, en 2025, las MiPymes mexicanas están en un punto de inflexión. O se transforman con inteligencia, o siguen atrapadas en un modelo que no da más de sí. La buena noticia es que el talento existe, el mercado también, y las herramientas están más accesibles que nunca. Solo hace falta decisión y empezar.